Hil.
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¡Buenos
días, Don Sebastián! ¿Qué tal esas vacaciones de Semana Santa!
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Seb.
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¡Buenos
días, Don Hilarión! Las vacaciones bien, es decir normal. Tranquilidad, ver
alguna procesión y darle al gusto una discreta ración de torrijas.
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Hil.
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¿De
leche o de vino?
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Seb.
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Pues,
mire usted, de las dos. Porque, como dice un buen amigo mío, hay que probarlo
todo … para luego poder criticarlo.
¿Y
usted?
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Hil.
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Yo
he estado fuera, como le dije. Y lo he pasado muy bien. He hecho turismo, he
comido como un turista, unas veces bien otras regular. He visitado museos,
algunos excelentes otros … He visto varias procesiones, con el consiguiente
sacrificio físico que significa estar demasiado tiempo de pie para mi edad. Y
hasta he sido protagonista de un “hecho religioso”.
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Seb.
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¡Qué
me dice! ¿Ha pasado usted de ser espectador a intérprete?
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Hil.
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¡Sí
señor! ¡He “procesionado” en la carretera durante unos cuantos kilómetros!
¡Qué sufrimiento! ¡Que paciencia! ¡Que …! En fin…
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Seb.
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¡Ah,
bueno! Por un momento me lo estaba imaginando como penitente, encapuchado y
descalzo, tras algún nazareno...
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Hil.
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No
se guasee usted, Don Sebastián.
Mi
Semana Santa ha sido de lo más tradicional, aunque, he hecho algo que no todo
el mundo hace en estas fechas. He estado pensando en las cosas de la
zarzuela.
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Seb.
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¡No
me diga! Y ¿qué ha pensado?, si puede saberse.
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Hil.
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Como
el ambiente era religioso y uno ha estado rodeado de vírgenes, cristos y
demás, mis pensamientos se han visto influenciados. Es natural. Y he pensado
que la zarzuela no tiene patrono ni patrona.
Mire
usted, ciudades y pueblos tienen un santo, virgen o cristo, al que han
elegido como protector. Muchos profesionales también se encomiendan, como
colectivo, a un personaje de esta naturaleza. Los boticarios, por ejemplo,
tenemos como patrona a la Inmaculada Concepción, y los comerciantes, a San
Martín de Tours, el hombre que entregó la mitad de su capa a un pobre desnudo
y muerto de frío.
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Seb.
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No
es mala idea, pero podríamos decir que los zarzueleros ya tienen un patrono. Permítame
que le ilustre: los escritores están protegidos por San Francisco de Sales, los
músicos por Santa Cecilia, los actores por San Ginés de Roma y los cantantes por
San Gregorio Magno.
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Hil.
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Ya
lo sabía porque me he informado. Pero no me sirven.
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Seb.
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¡Cómo!
¿Qué no le valen? ¡Por Dios, Don Hilarión! ¿Le ha dado a usted el sol en la
sesera? ¡Cómo que estos santos no le valen a usted?
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Hil.
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No
señor. Atienda mis argumentos. Hemos de partir de la base de que la zarzuela
es un arte español. Y, qué casualidad, San Francisco de Sales, obispo de
Ginebra, fue francés, San Gregorio Magno, el Papa organizador del canto
litúrgico conocido como gregoriano, nació en Roma, San Ginés fue un actor de
la antigua Roma, y Santa Cecilia una noble también romana, que murió martirizada.
O sea, todos extranjeros.
Además,
son cuatro patronos. A mí me parece mejor un patrono único, que pueda acoger
a cuantos tienen que ver con la zarzuela. Y si es posible que sea de casa,
porque si hace falta echar una mano desde el cielo, siempre nos cuidará más
uno propio que ajeno. ¿No le parece?
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Seb.
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¡Por
favor, Don Hilarión! ¡Que los santos son todos buenos y justos! No creo que
allá arriba funcionen las recomendaciones o las influencias…
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Hil.
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Ya,
ya, pero … por si acaso.
Mire
usted, tener cuatro patronos es un problema; mejor dicho, ¡cuatro problemas!,
porque cuando unos se sientan representados, otros se mostrarán ajenos. Y,
por si fuera poco, celebrar el patrono ¡cuatro veces al año! es demasiado.
Porque ha de saber usted, querido amigo que el día de San Francisco de Sales,
se celebra el 24 de enero, San Ginés el 24 de agosto, San Gregorio Magno el 3
de septiembre y Santa Cecilia el 22 de noviembre. ¡Todo el año de fiesta!
¡Imposible! ¡Hay que buscar una solución, es decir, un patrono común, en el
que todos puedan sentirse mas o menos contentos!
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Seb.
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Y
supongo que la habrá encontrado usted.
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Iglesia de San Sebastián - Madrid en la que se encuentra la Virgen de la Novena |
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Hil.
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Pues
sí, mi querido amigo. Dándole vueltas al asunto he encontrado una salida al
problema: Nuestra Señora la Virgen de la Novena.
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Seb.
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¡Pero,
hombre, por Dios, la Virgen de la Novena ya es la patrona de los cómicos, o
sea de los actores!
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Hil.
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¡Alto,
alto, Don Sebastián! No se precipite; ya sé que es la patrona de los cómicos,
pero siga usted los hilos de mi razonamiento y dígame, al final, si concluyen
o divergen.
Si
consultamos el Diccionario de la
Lengua, que es como si dijéramos la mismísima Biblia del idioma, encontraremos
que cómico es el actor de cualquier género, sin distinción de su
especialidad, aunque se dé preferencia a los humoristas; se llama cómico,
también a quien hace comedias, lo cual que, entendido de manera general nos
permite agrupar a los literatos. Los cantantes quedan protegidos bajo el
paraguas de los actores porque, en la zarzuela, también lo son. Sólo nos
quedarían los compositores, que, conociendo su tolerancia no tendrían
problema en compartir Virgen con los autores, pues, al fin y al cabo, también
son autores. ¿Me sigue?
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Seb.
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Le
acompaño, aunque, la verdad, no me
parecen argumentos de mucho peso.
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Hil.
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Ya,
ya, pero escuche algún detalle más.
Por
ejemplo, el origen de la popular advocación mariana. Como usted sabe, en el
siglo XVI, era costumbre venerar alguna imagen religiosa en las calles. En la
del León, en lo que hoy es el Barrio de las Letras, había una conocida como
la Virgen del Silencio, porque uno de los niños representados tiene un expresivo
y simbólico dedo en los labios. Los cómicos y los poetas, habitantes del
barrio, eran muy devotos de la imagen, tanto que consiguieron llevarla a la
cercana Iglesia de San Sebastián y constituyeron, en 1633, una Cofradía que tenía como funciones
principales la enseñanza del propio oficio a los jóvenes, el cuidado de sus
miembros en situaciones de necesidad, la ayuda a sus huérfanos y viudas y el
entierro de sus asociados.
Por
aquellos años, la cómica Catalina Flores se encontraba lisiada de manera que
no podía trabajar. Devota de la Virgen hizo una novena ante el cuadro y, al
finalizarla, se curó milagrosamente, dejó las muletas junto a la imagen y
salió andando con normalidad. A partir de ahí, la devoción a la imagen
aumentó hasta terminar por convertirse en la patrona de los cómicos.
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Seb.
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Hombre,
Don Hilarión, la historia es interesante y hasta bonita, si me apura, pero no
sé si suficiente para convertir a esa Virgen en patrona de la zarzuela. ¿No le parece a usted, que sus argumentos
son un poco flojos?
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Hil.
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Es
posible, no se lo discuto, pero siempre será mejor tener una patrona única
que tres o cuatro. Ya sabe usted aquello de quien, mucho abarca …
Pero
es que todavía tengo algunos “argumentos” interesantes para sostener mi
propuesta. En la iglesia de San Sebastián, fueron bautizados Ramón de la
Cruz, sainetero y zarzuelero indiscutible y el mismísimo Francisco Asenjo
Barbieri. Además, en ella contrajeron matrimonio Gustavo Adolfo Bécquer,
autor ocasional de zarzuelas, y el actor Julián Romea, actor teatral que hizo
alguna que otra representación zarzuelera. Y en esta iglesia está enterrado
nada menos que Lope de Vega, considerado por muchos como el primer libretista
de zarzuela. ¿Le parece suficiente?
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Seb.
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Hombre,
son razones importantes, pero, sigo dudando.
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Hil.
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Pues
añada esta otra justificación: Barbieri, un gran investigador como usted bien
conoce, descubrió que en el siglo XVIII, la Virgen de la Novena figuraba en
las nóminas del madrileño Teatro de la Cruz.
¿Se
da usted cuenta de lo que esto significa?
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Seb.
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¡Naturalmente!
A lo mejor su idea no es tan descabellada. Al fin y al cabo, Santa Cecilia,
es la patrona de los músicos, por un error. Y todo el mundo está contento.
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