Pensamientos
de un barbero.
Hace un par de
días llegó a la barbería un señor para mí desconocido. Nada más entrar, me
causó excelente impresión: buena facha, buen terno, buenos modales, y hasta
buena voz. Me dio los buenos días, le invité a tomar asiento y pregunté:
-
¿Qué va a ser?
-
¡Arrégleme!, dijo.
Cada vez que
escucho esta palabra pienso cuánto hemos avanzado los barberos en el trato
social: somos capaces de entender, y satisfacer los deseos de cualquier
cliente, con sólo escucharle una palabra.
Preparé al
recién llegado, cogí mis herramientas y empecé el trabajo … y la conversación,
característica inherente a nuestra actividad profesional. Hay trabajadores que,
mientras laboran, cantan; otros piropean a las mujeres sin distinción de clase
o condición; los hay que rezan (de ahí viene eso de “ora et labora”); y no
faltan los que silban, entendiendo por silbar, no producir sonidos agudos
mediante el empleo de los músculos bucinadores, sino al hecho de mirar al
cielo, al infinito, con cara de tonto y sin hacer nada con las manos. Los
barberos, además de rapar barbas y atusar cabellos, hablamos con los clientes.
De cualquier tema. Un buen fígaro ha de ser como una enciclopedia.
Total, que con
mi nuevo cliente empecé la labor comunicativa. Abrí el fuego por el deporte,
tema que no suele fallar, pues casi todo el mundo simpatiza con un equipo de
fútbol o con un deportista. La habilidad del barbero está en advertir, con un
par de preguntas generales, discretas y no comprometidas, cuál es el interés de
su cliente. Si esta estrategia no funciona, puede hablarse, mal, de los
árbitros o de los gestores del deporte; eso siempre une.
Al señorito no
le interesaba el fútbol, ni la fórmula uno, ni el tenis … Los deportes
descartados, me dije.
Ataqué, con
cierta reserva, el asunto de los toros porque estábamos en San Isidro y acababa
de ocurrir un gran percance en la Monumental. Tampoco le interesaba. ¡Menos
mal!, me dije; peor hubiera sido que el figura fuera antitaurino recalcitrante.
Saqué luego el
asunto de la escasez de trabajo, algo que está hoy a flor e piel. Sólo contestó
con un par de frases hechas que, más que responder, lo que quieren decir es
algo así como ”déjeme usted en paz”, “no sea plasta”.
Planteé luego
un tema controvertido; los escándalos financieros; esos que unos recriminan a
otros, pero no a los de su cuerda. Sólo dijo cuatro palabras: “chorizos ha
habido siempre”.
Tampoco entró
al tema de los automóviles, ni al de las mujeres, asuntos en los que todo
hombre que se precie tiene opinión propia.
Estaba al
borde de la desesperación. Quizá haya sido el primer cliente que no ha entrado
al trapo de la tertulia si excluyo, como es natural, al Juanillo, el mudo del
barrio.
Di un par de
vueltas a su alrededor, tomé distancia para ver si el trabajo iba saliendo como
Dios manda. En realidad, todo esto no era más que una forma de ganar tiempo, de
tranquilizarme y pensar. “Ya sé”, me dije con alegría, porque había encontrado
el tema de conversación: la cultura.
Probé con la
literatura, tanto los clásicos como los modernos bestsellers; pregunté por la
música: ¿clásica, pop, melódica, folclórica … acaso la copla? Pasé a la
pintura: el Museo del Prado, el Tyssen …
Nada, tampoco.
Apenas cuatro frases tópicas y vanas.
En estas,
terminé el arreglo. Cogí el espejo de mano y lo coloqué tras su cabeza, para
que en el de pared, viera cómo había quedado su nuca. Asintió con la cabeza,
pero en silencio. Le quité el babero, pasé un cepillo por su impecable
americana y dije:
-
Servidor de usted.
Pagó mis
servicios, sin propina, y enfiló hacia la calle. Cuando llegó al quicio de la
puerta, no pude más:
-
Señor, por favor, perdone mi
curiosidad ¿A qué se dedica usted?, si me permite preguntárselo.
Se dio la
vuelta, me miró sonriente, extendió la mano para saludarme y contestó:
-
Soy político.
Entonces lo
entendí. Creo. ¿O quizá no quiso hablar para no comprometerse?.
Lamparilla
(Todo
esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
No hay comentarios:
Publicar un comentario