Seb.
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Buenos
días, Don Hilarión. ¿Cómo se encuentra usted? ¿Se le ha pasado ya el enfado
con el público por no asistir a las zarzuelas de “los fundadores”?
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Hil.
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Buenos
días, Don Sebastián. Gracias por su interés: de salud, como dice la zarzuela:
“me encuentro como un muchacho”, es decir perfectamente. De lo otro…, pues no tan bien.
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Seb.
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Pero
hombre, no se lo tome usted tan a pecho. ¡No se haga malasangre! ¡Que le van
a recetar sanguijuelas! ¡Y esas chupan más que Haienda!
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Hil.
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Lo
procuro, créame usted, amigo mío, que lo procuro. Pero, es que no faltan
motivos.
Verá
usted. Ayer asistí a un recital de
zarzuela precioso, simpático y entretenido.
La sala, no muy grande, pero llena; los cantantes magníficos: una
tiple con voz, con fuerza, con gracia y con una dicción impecable: ¡se la
entendía perfectamente!. Un tenor con talento, experiencia y soltura, con desparpajo a raudales y más
tablas que un coso taurino portátil. Y un pianista como Dios manda; discreto
pero eficaz.
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Seb.
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Ya,
ya. Pero vislumbro que algo debió suceder…
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Hil.
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Se lo contaré. Estaba en el recital el señor alcalde
de la localidad, un par de concejales, algunos personajes conocidos del lugar
y un número indeterminado de acólitos municipales.
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Seb.
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¡Qué
suerte! ¡Por fin, un alcalde que se interesa por la zarzuela!
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Hil.
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Alto,
alto. No se precipite. Según fuentes cefalópodas, u sea se, de buena tinta,
los interfectos, no pararon de hablar durante el concierto.
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Seb.
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¿Qué
me dice? ¿Y usted qué hizo?
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Hil.
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Allí
nada, porque no era lugar ni momento de armar un tiberio, pero después …
Pensé en abroncarle públicamente … pero me contuve; quizá sus acompañantes le
hubieran defendido y, compréndalo, yo estaba en minoría. Después, me dije: ve
a los periódicos, Hilarión, y cuéntalo … pero me frené porque, total, por
hablar en un concierto … si fuera un escándalo financiero o de ladrillo.
De
camino a casa, iba encendiéndome como
una tea: “esto no va a quedar así”, “a este le tengo que dar un escarmiento”… Y, ¿sabe qué se me ha ocurrido?
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Seb.
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¡No
me lo diga! ¡Retirarle el voto!
¡Entregar su papeleta a la oposición! ¡O dejarla incólume e
inmaculada!
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Hil.
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No
señor. Algo mucho más sutil, más incisivo (si el sujeto lo entiende) y, de
paso, de mayor trascendencia social.
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Seb.
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Y,
¿se puede saber qué idea ha destilado su cerebelo?
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Hil.
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Aquí
la tengo. He desarrollado un decálogo para la zarzuela. Lo he puesto por
escrito y lo voy a llevar al Ayuntamiento para que lo publiquen como un bando
y lo conozca el pueblo entero.
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Seb.
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¡Ah!
De esa manera usted espera que los responsables del municipio se den
poraludidos. Vamos que caigan en la cuenta … Y de paso, no puedan tomar
represalias contra usted.
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Hil.
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Hombre,
no olvide que es mi botica la que suministra de principios básicos sanatorios
industrialmente elaborados, o sea medicinas, al Servicio Municipal de Salud.
Pero,
vayamos a lo nuestro: aquí está el decálogo.
¿Quiere usted leerlo?
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Seb.
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No
faltaba más. Deme el papiro.
Primer
mandamiento: Sea puntual.
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Hil.
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No
hace falta que vaya usted el de día antes, con unos minutos basta. Lo mejor
es que salga de su casa con tiempo.
Pero
sobre todo, no se quede de cháchara en el vestíbulo, para luego entrar
apurado y tarde.
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Seb.
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Segundo
mandamiento: Vaya al teatro sin prejuicios.
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Hil.
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Aunque
usted conozca de memoria la zarzuela que va a contemplar, aunque haya oído a
los cantantes en otras ocasiones, aunque sea usted una enciclopedia
zarzuelera andante, no vaya al teatro con prejuicios.
Si
usted piensa que la función no le va a gustar … es muy probable que no le
guste. Si usted cree que los cantantes
son malos … es bastante posible que les escuche desafinados, calantes o,
simplemente, apurados.
El
teatro es algo vivo y cada función distinta de las demás. Y el milagro puede
surgir en cualquier momento.
Vaya
usted al teatro limpio y aseado, sicológicamente neutro y sociológicamente
abierto. No le ponga usted barreras a
la zarzuela, y la zarzuela le compensará con grandes satisfacciones.
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Seb.
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Tercer
mandamiento: No cuente el argumento, ni otros detalles, a su acompañante.
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Hil.
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Y,
sobre todo, no descubra el final. Su pareja ya sabe que es usted muy listo,
un experto; por eso es su pareja. Si
fuera usted torpe e ignorante … ¡a buenas horas!
Además,
su pareja también es inteligente; si no fuera así … no sería su pareja.
Déjela sola; verá cómo descubre el final y quién es el asesino.
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Seb.
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Cuarto
mandamiento: No cante.
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Hil.
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Aunque
usted se sepa la romanza de la tiple, y la del tenor, y la del barítono, ¡no
cante! No lo olvide: a usted no le pagan por cantar, es más, usted ha pagado
por escuchar cantar. Tenga consideración: no le quite el trabajo a los
cantantes. Y si, por un suponer, Dios no lo quiera, usted canta mal, no hay por qué molestar a
la Guardia Civil.
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Seb.
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Quinto
mandamiento: No tosa, ni carraspee.
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Hil.
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No
hay ninguna razón para que expulse usted el aire de sus pulmones
violentamente, llenando el teatro de ruidos desagradables y, lo que es peor,
de toda clase de bacilos, miasmas, virus o bacterias. Usted ha ido al teatro
a ver y escuchar zarzuela, no a intercambiar microbios.
Tampoco
carraspee. Es un trabajo inútil. Si usted va a estar en silencio, ¿para qué
necesita aclararse la garganta? Si la cosa es absolutamente indispensable,
haga saliva y tráguela discretamente. ¡Ni se le ocurra hacer gárgaras!
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Seb.
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Sexto
mandamiento: Prohibido comer y beber.
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Hil.
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Esto
es básico. A los conciertos, recitales o representaciones hay que ir comidos
y bebidos y con las necesidades fisiológicas básicas cubiertas. Puede usted
satisfacer sus requerimientos alimenticios en su casa o en el Palace; da lo
mismo. Lo importante es que en el teatro deje usted tranquilo y en reposo la
boca y el esófago; las demás partes del aparato, es decir, el estómago y los
intestinos pueden seguir trabajando, pero siempre bajo control.
Queda
especialmente prohibida la ingesta de caramelos, golosinas, pastillas,
comprimidos, grageas, piscolabis, tentempiés
y demás sucedáneos de una buena alimentación.
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Seb.
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Séptimo
mandamiento: Aplauda o calle, pero no silbe.
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Hil.
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Esto
es fundamental. Si le gusta, aplauda, es lo correcto, lo tradicional y lo que
todo artista entiende y agradece. Si
no le gusta, calle; es el mensaje más claro –y negativo– que puede usted
enviarle a un intérprete.
No
grite, ni les insulte. Algunos “artistas” buscan la provocación, el reto, el
desafío. Y si usted alborota como un energúmeno, ellos habrán conseguido su
objetivo. No les dé esa satisfacción. Calle.
Pero,
sobre todo, no silbe. Eso está bien en espacios abiertos, en plazas, estadios
y campos deportivos, pero en el interior de un teatro, resulta demasiado
violento. La frecuencia sonora y la intensidad del volumen de un silbido
molestan los oídos ajenos. Además, todavía no está consensuado entre el
pueblo si el silbido es expresión entusiasta de contento o muestra inequívoca de desaprobación .
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Seb.
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Octavo
mandamiento: ¡Fuera móviles!
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Hil.
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Esto
es lo peor. Los móviles en los espacios públicos, especialmente en los
culturales, están resultando nefastos para la convivencia social. ¿Usted cree
que a los mil y pico espectadores del teatro le interesa si a usted le llama
alguien, o le envían un mensaje, o un chascarrillo, o una falsa noticia, o una “verdad”
interesada?.
Tengo
un amigo cura que, antes de empezar la misa, dice: “al que le suene el móvil,
que sepa que irá al infierno”. Pues más o menos. ¿Se imagina usted lo que le
desean los espectadores cuando suena su maldito teléfono?
E
móvil, ¡déjelo quieto! ¡apáguelo! ¡No se imagina usted lo bien que le vienen
al chisme ese un par de horas de descanso!
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Seb.
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Noveno
mandamiento: ¡No huya!
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Hil.
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Hay
gentes que casi antes de que termine la obra, abandonan el teatro, a toda prisa. Como si llegaran
tarde a no se sabe dónde. No es muy educado; da la impresión de que están
incómodos, o enfadados. O que sufren y desean escapar cuanto antes de la
“tortura” que les atormenta.
Espere
unos minutos; aplauda, aunque sólo sea por cortesía (¡estamos tan faltos de
cortesía en estos tiempos!). No le va a pasar nada. Además, podrá comprobar
cuánto le ha gustado al público la representación escuchando lo que aplauden
otros.
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Seb.
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Décimo mandamiento:
Apoye la zarzuela. ¡Es lo nuestro!
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Hil.
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Exactamente.
La zarzuela es nuestro patrimonio lírico. No la desprecie, escúchela, véala,
gústela, muéstrela sus amigos… Déjese llevar por sus tramas costumbristas
(han sido la vida de nuestra gente), deléitese con las melodías alegres,
nostálgicas, brillantes o apasionadas, creadas por nuestros compositores.
Disfrute con nuestros cantantes, nuestras orquestas, nuestros actores …
capaces de dar vida a libretos y partituras.
¿Qué
le parecen estos “diez mandamientos”.
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Seb.
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Pues,
la verdad, una buena idea. Conviene promocionarla. Deme usted una copia del
pergamino para colocarla en el escaparate de mi establecimiento.
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Hil.
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En
cuanto le añada el corolario.
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Seb.
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¡Ah,
pero hay corolario!
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Hil.
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¡Pues
claro! Tome nota:
Respete a los demás como a usted
mismo, y disfrute de la zarzuela sobre todas las cosas.
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