Seb.
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Buenos
días, Don Hilarión, ¿Qué tal las vacaciones?
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Hil.
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¡Deseando
que acaben! ¡Vaya tiempecito!
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Seb.
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Pero,
hombre, si este verano no ha hecho calor.
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Hil.
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Claro, ¡como usted veranea en la sierra, al
fresquito! Pero, yo tengo a todas horas la cabeza tan sudá…
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Seb.
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Pero, no quedamos en que el que suda vence toda
enfermedad.
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Hil.
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Pues seguramente, pero estos calores me tienen aburrío y desidratao,
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Seb.
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Bueno,
bueno, no se acalore usted mas. Ya viene el otoño y podrá usted dormir con
una mantita.
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Hil.
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Quizá
acierte usted en lo meteorológico, pero me temo que este otoño va a ser
calentito.
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Seb.
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¿Y
eso? ¿Se prevén manifestaciones, protestas, huelgas… rebeliones sociales?
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Hil.
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No
lo sé, yo me refiero a un otoño caliente en la Zarzuela.
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Seb.
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¡No
me diga!
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Hil.
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¡Figúrese
que empieza la temporada con la Carmen!
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Seb.
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¿La
Carmen? ¿La de España o la de
Mérimée?
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Hil.
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La ópera de
Bizet.
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Seb.
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¡Ah,
ya entiendo! Como hay quien piensa que una ópera, no tiene que ir a la
Zarzuela, … usted imagina ….
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Hil.
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Es
verdad que existe ese prejuicio. Pero no se puede ser radical. Si así fuera,
muchas “óperas” no se podrían representar en un Teatro de la Ópera.
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Seb.
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¿Qué
me dice?
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Hil.
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Lo
que oye. Un suponer: el Parsifal lo
llamó Wagner “festival sacro”, y Debussy identifico a su Martirio de San Sebastián, como “misterio en cinco estancias”.
¿Dónde los ponemos? ¿En una catedral?
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Seb.
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¡Qué
barbaridad! Es usted una enciclopedia lírica.
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Hil.
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No
es para tanto. Un poco de lectura de vez en cuando. Pero hay algo más
interesante, ¡mucho más interesante! ¿Sabía usted que la Carmen nació como una obra con diálogos hablados?
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Seb.
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¿Con
diálogos hablados? ¿Cómo la zarzuela? ¡¡Qué me dice!!
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Hil.
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Le
digo. Carmen se estrenó en la Ópera
Cómica de Paris , en 1875, con texto hablado y no tuvo éxito. A la muerte de
Bizet, ocurrida a los cuatro meses del estreno, su amigo Ernest Guiraud
sustituyó los pasajes hablados por recitativos.
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Seb.
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¡De
lo que se entera uno!
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Hil.
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Bueno,
bueno, esto hoy no tiene más interés, que ser un argumento para darle en el
apéndice olfativo a algún extremista recalcitrante.
Hoy
Carmen es una ópera y por lo tanto hay quien opina
que ¿qué pinta en la Zarzuela? Ya tenemos ahí un puntito de candela.
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Seb.
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Supongo
que otro será el de haberla reconvertido a zarzuela, ¿no?
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Hil.
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Sí
señor. Esto es ya una verdadera chispa. Hay quien opina que las obras
representadas deben ser únicamente las originales; que sobre las grandes
creaciones artísticas nadie puede poner las manos que es una temeridad e
incluso un sacrilegio.
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Seb.
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Perdóneme,
Don Hilarión, pero usted es uno de esos.
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Hil.
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No
soy tan extremista como pueda parecer, créame. Si quiere hablamos otro día
sobre el tema, largo y tendido. Pero ahora, volvamos a lo que tenemos entre
manos. Estas ideas, tengan o no razón quienes las sustentan, o estén en lo
cierto sus detractores, también caldearán el ambiente. ¿O no?
Además,
estas cosas se han hecho siempre y en todas partes. ¿Cuántos extranjeros nos
han “copiado” a Don Quijote o a Don Juan?
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Seb.
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Bien,
parece que lo sensato es ver la obra y luego juzgar. Pero, dígame, ¿qué sabe usted
sobre la puesta en escena?
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Hil.
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Pues
poca cosa, aunque puede que por ahí surja otro punto caliente, u otro foco de
incendiario.
Usted
sabe que a la Carmen la han presentado de todas las maneras, de frente y de
perfil. Unas veces ha sido una mujer enamorada, otras una enloquecida por la
desesperación; en algún caso la han presentado como una comehombres, como una
encarnación del mal o como una prostituta violenta.
Ahora
no lo sé, pero afile usted la máquina de escribir, o sea el lápiz, y tome
nota: Dirección escénica, una dama, la madrileña de nacimiento y segoviana de
adopción Ana Zamora; dirección musical, otra dama, Yi-Chen Lin, china..
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Seb.
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Entonces,
… podemos tener una Carmen “femenina”.
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Hil.
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O
“feminista”.
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Seb.
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Le
veo a usted barruntoso….
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Hil.
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Es
que, a mi edad, uno ha visto mucho…
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Seb.
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No
me extraña, si casi es usted contemporáneo de la cigarrera sevillana .
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Hil.
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¿Cómo?
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Seb.
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No,
nada. Quería decir que dentro de poco ya no habrá más Cármenes. Como no se puede fumar en ninguna parte, desaparecerá
el tabaco y… adiós a las cigarreras,
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Hil.
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Pues
será una lástima.
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