Seb.
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Buenos días, Don Hilarión. ¿Se ha
enterado usted de la polémica de los Premios Nobel?
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Hil.
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Buenos días, querido amigo. Pues no,
no me he enterado.
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Seb.
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¡Pero bueno! ¡Cómo es posible! ¡si está en todos los periódicos, en la
radio, en la televisión! …
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Hil.
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Verá usted. Estos días he estado muy
ocupado con la botica; tenía que hacer inventario y cuentas, porque los
señores de Hacienda me han anunciado su visita. Y ya sabe usted.
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Seb.
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Si es por eso, le disculpo. Hace
mucho tiempo se decía: “Con la Inquisición … ¡chitón!! Ahora podemos decir: “¡Ante
Hacienda … ¡contra la pared y que Dios te atienda!”
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Hil.
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Además, últimamente estoy pensando en
desengancharme de la prensa. Últimamente son como mis placebos: la gente
confía en ellos, pero, en el fondo … Pero dígame, ¿qué es eso de la polémica
de los Nobel!
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Seb.
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Verá. Polémica, lo que se dice
polémica … es poco. La cosa se ha convertido en una bronca monumental, un
huracán de los gordos, un maremoto de no te menees, un tsunami como una
catedral …
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Hil.
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Déjese usted de hipérboles y
metáforas y deme la información escueta.
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Seb.
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Tiene usted razón. El asunto es que
le han dado el Premio Nobel de Literatura … a un cantante norteamericano,
famosísimo.
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Hil.
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¿El Nobel de Literatura … a un
cantante?
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Seb.
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Sí señor. Como se lo cuento.
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Hil.
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No lo puedo creer. No será una broma
de esas que circulan por el internés o como se llame.
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Seb.
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No, nada de broma. Los suecos son muy
serios.
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Hil.
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… Así que la Academia sueca ha
concedido el Nobel de Literatura … a un cantante moderno …
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Seb.
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… Perdone, Don Hilarión, está usted
muy callado. Esperaba una reacción visceral, sanguínea, primaria. Le veo muy
callado, aunque me da en la nariz que la cosa no le parece bien…
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Hil.
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¡Ay, Don Sebastián! Estaba contando,
mentalmente, hasta cien. Mire, tengo que mantener la calma; no debo alterarme
.. por mi salud … y porque mañana viene el de Hacienda y a ese hay que
enfrentarse con mucha tranquilidad.
Pero, ¿El Nobel de Literatura a un cantante? ¡Y
encima no es un cantante de zarzuela!
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Seb.
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Bueno, la verdad es que se lo han
otorgado por las letras de sus canciones.
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Hil.
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¡Ah! ¡Eso cambia el asunto! O sea, es un cantautor. ¿No será de aquellos
cantautores que tuvimos en una época que arreglaban el país y el mundo con
una docena de versos, que denunciaban lo mala que es nuestra sociedad, la misma que les da de
comer?
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Seb.
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Pues no lo sé con certeza, porque no
estoy al corriente de la música que canta y, además, como es estadounidense
canta en inglés (Y dicen que el inglés americano no hay quien lo entienda).
Pero, verá usted, como yo soy de
natural bondadoso y condescendiente, veo en este suceso algo positivo. Y muy
importante.
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Hil.
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¿Y se puede saber qué es?
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Seb.
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Naturalmente. Al darle este premio a
un cantante. no por cantar, sino por las letras de sus canciones, ¿qué han
premiado los suecos?
¡Piense usted, amigo mío! ¡Y
extrapole, Don Hilarión, extrapole!
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Hil.
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Pues, como no me saque usted del pozo
de la ignorancia … Compréndalo, con lo de Hacienda y el inventario, mis
neuronas necesitan reposo y descanso.
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Seb.
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¡Pues a los libretistas, Don
Hilarión, a los libretistas!
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Hil.
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¿A los libretistas? No le entiendo.
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Seb.
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Pues está claro. ¿Qué han hecho desde
hace cuatrocientos años los libretistas de nuestra zarzuela? ¡Escribir
canciones! Lo que pasa que las han llamado romanzas, monólogos, racontos,
dúos, concertantes …. ¡pero canciones al fin y al cabo!
Sí señor. Los académicos suecos, muy
sibilinamente, han reconocido la importancia de las letras en la música. Han
acabado de un plumazo (un plumazo que conlleva, además, una buena cantidad de
caudales) con aquello de “Primo la música, poi le parole”.
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Hil.
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O sea, que usted cree que los suecos
se han acordado de nuestros larras, arnedos. sinesios delgados,
fernández-shaws, antonios pasos, arniches, perrines y palacios .. ¿De verdad
cree usted que se han acordado de los libretistas y de la zarzuela?
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Seb.
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Hombre, tanto como de nuestros
libretistas zarzueleros … pero, en general …
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Hil.
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¡Ni en general, ni en
particular! Me da a mí que lo sibilino
ha sido después, es decir a la hora de dar explicaciones.
Mire usted, nadie – y cuando digo
nadie, quiero decir ni un alma – defiende más el trabajo de los libretistas
que yo. No se trata de ponerlos por delante de la música, no, sino de darles
el valor que tienen, que es mucho. Usted sabe, como yo, que muchas de
nuestras zarzuelas podrían ser perfectamente representadas como teatro
hablado, sin desdecir ni esto, de obras de esta naturaleza. Pero de ahí, a
que las romanzas y canciones merezcan un Nobel de Literatura …
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Seb.
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Hombre. Yo lo hacía por encontrarle
algo positivo al asunto.
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Hil.
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Pues si me admite una sugerencia, una
proposición, un consejo: Déjelo pasar. ¡Que le dan el Nobel de Literatura a
un músico o el de Medicina a un chamán indígena del Altiplano!... ¡Allá
ellos! Usted, siga mi consejo: ¡Hágase usted el sueco!
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