María Bayo y Auxiliadora Toledano (Foto: T. Zarzuela |
Iphigenia en Tracia. Zarzuela en dos jornadas. Texto de Nicolás
González Martínez. Música de José de Nebra. M. Bayo. A. Toledano. R. González.
E. Escribá-Astaburuaga. L. Vinyes-Curtis. M. Pinto. Director de escena: Pablo
Viar. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: Pablo Francesc Prat. Teatro
de la Zarzuela, 23 de noviembre de 2016.
La apuesta por la zarzuela barroca de esta
temporada ha sido una de las grandes
obras del patrimonio español. Desde 1747, en que se estrenó en el Teatro de la
Cruz, han pasado casi 270 años y la
música de José de Nebra sigue sorprendiendo y gustando. Esa sensación me causó
el aplauso final con que el público agradeció una representación que le
interesó, aunque no estoy muy seguro de que, quienes no conocieran el argumento
de antemano, entendieran la historia que se les contaba en la escena.
Aunque no sea aplicable a la parte musical,
estilización es palabra que puede definir lo visto sobre la escena.
Estilización de un libreto que ha perdido parte de su texto y que ha visto
reducido sus personajes a sólo media docena; estilización en el minimalista
planteamiento escénico; estilización en la exposición del drama. No obstante,
la impresión es que la versión ofrecida funcionó y gustó a un público alejado
(porque no se le ofrecen oportunidades) de las estéticas teatrales del barroco
español.
Como en otras ocasiones, esta representación
vuelve a poner sobre la mesa la polémica de cómo han de interpretarse las
zarzuelas de esta época brillante de nuestra historia. ¿Medios modernos? ¿Rigor
arqueológico, adecuación, cortes o recreación de los textos? ¿Escenografía
actual o historicista? ¿Orquesta moderna o “de la época”? Estas discusiones no suelen dar una respuesta satisfactoria a
todo el mundo, con lo cual, quizá sea interesante subir un peldaño y ver el
asunto con mayor amplitud de miras y menos radicalización.
No soy especialista en estas músicas (debería
decir que no soy experto en nada) y sólo puedo dar mi opinión sobre lo que vi y
escuché. Empecemos por la escena, firmada por el pintor Frederic Amat que
planteó una escena estilizada; unas simples barras que descendían del techo en
la primera jornada, y una pantalla sobre la que nacen, como pinceladas, sendos
cuadros, en la segunda; una escenografía minimalista, escueta, que cada
espectador interpretará a su criterio. La iluminación, firmada por Albert Faura,
muy sencilla, resultó efectiva en la segunda jornada con esas franjas rojas que
van ganando terreno a la inicial blancura de la pantalla posterior.
El vestuario, responsabilidad de Gabriela
Salaverri, resulta también estilizado y se mantiene invariable durante toda la
representación. Ayudó a destacar la majestuosidad de Iphigenia, y la desgracia
de Orestes.
El movimiento escénico, pausado, delicado, medido
sin llegar al estatismo, sirvió a para marcar la visualidad de la producción que
no desvía la atención de la música. Creo que este ha sido el objetivo
fundamental de la puesta en escena: destacar una música intensa y poderosa en
la parte orquestal y compleja y virtuosa, sin estridencias, en el aspecto
vocal.
El elenco al completo (Foto: T. Zarzuela) |
La versión de Pablo Viar está encomendada a seis
personajes, todos ellos interpretados por mujeres (como en el estreno). María Bayo, en el personaje protagonista de
Iphigenia, destacó por su experiencia y conocimiento del canto y del estilo. Su
voz llegó potente y bien proyectada a todos los rincones del teatro. Entre sus
muchas intervenciones, destacaría su última aria (“Piedad, señor, piedad”),
página delicada y emocional, que Nebra adornó maravillosamente. Auxiliadora
Toledano, soprano cordobesa, dio vida al atormentado Orestes. Su voz de lírico-ligera
tuvo que hacer frente a momentos verdaderamente difíciles, como en su
intervención final (“Llegar ninguno intente”), resolviéndolos con eficacia y
belleza. La tinerfeña Ruth González y la valenciana Erika Escribá-Astaburuaga, fueron
Dircea y Polidoro; ambas cantaron con
solvencia, dando vida a sus respectivos personajes con eficacia y musicalidad.
Me gustó especialmente la “pareja cómica” (no sé si esta denominación es muy
adecuada para la zarzuela barroca), sobre todo en su intervención del segundo
acto en un simpático número, picarón y crítico con ciertas costumbres sociales,
a ritmo de seguidillas. Dieron vida a estos personajes las sopranos catalanas Lidia Vinyes, (Cofieta) y Mireia
Pinto (Mochila); la primera, sobre todo, por efecto del protagonismo del texto,
arrancó al público un espontáneo aplauso al terminar su intervención.
La
orquesta estuvo dirigida por Francesc Prat, que obtuvo de la formación de la
Comunidad un excelente rendimiento y supo dar, con una orquesta moderna, una
cobertura instrumental a una música que tiene sus peculiaridades interpretativas.
Me gustó la intervención de la flauta en el aria final de Iphigenia, la cuerda
grave, y la redondez y bello colorido de las trompas, desde el comienzo de la
amplia y bellísima obertura.
Creo
que esta Iphigenia ha gustado al público; quizá no entendieron el argumento (el
lenguaje barroco no ayuda mucho, es la verdad) pero el espectáculo les gustó;
escucharon en silencio (no advertí esos detalles que muestran falta de
concentración o de interés) y aplaudieron.
Vidal Hernando.
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