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jueves, 24 de noviembre de 2016

IPHIGENIA. EL BARROCO ESTILIZADO.




María Bayo y Auxiliadora Toledano (Foto: T. Zarzuela
Iphigenia en Tracia. Zarzuela en dos jornadas. Texto de Nicolás González Martínez. Música de José de Nebra. M. Bayo. A. Toledano. R. González. E. Escribá-Astaburuaga. L. Vinyes-Curtis. M. Pinto. Director de escena: Pablo Viar. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: Pablo Francesc Prat. Teatro de la Zarzuela, 23 de noviembre de 2016.


La apuesta por la zarzuela barroca de esta temporada  ha sido una de las grandes obras del patrimonio español. Desde 1747, en que se estrenó en el Teatro de la Cruz,  han pasado casi 270 años y la música de José de Nebra sigue sorprendiendo y gustando. Esa sensación me causó el aplauso final con que el público agradeció una representación que le interesó, aunque no estoy muy seguro de que, quienes no conocieran el argumento de antemano, entendieran la historia que se les contaba en la escena.

Aunque no sea aplicable a la parte musical, estilización es palabra que puede definir lo visto sobre la escena. Estilización de un libreto que ha perdido parte de su texto y que ha visto reducido sus personajes a sólo media docena; estilización en el minimalista planteamiento escénico; estilización en la exposición del drama. No obstante, la impresión es que la versión ofrecida funcionó y gustó a un público alejado (porque no se le ofrecen oportunidades) de las estéticas teatrales del barroco español.

Como en otras ocasiones, esta representación vuelve a poner sobre la mesa la polémica de cómo han de interpretarse las zarzuelas de esta época brillante de nuestra historia. ¿Medios modernos? ¿Rigor arqueológico, adecuación, cortes o recreación de los textos? ¿Escenografía actual o historicista? ¿Orquesta moderna o “de la época”? Estas discusiones  no suelen dar una respuesta satisfactoria a todo el mundo, con lo cual, quizá sea interesante subir un peldaño y ver el asunto con mayor amplitud de miras y menos radicalización.

No soy especialista en estas músicas (debería decir que no soy experto en nada) y sólo puedo dar mi opinión sobre lo que vi y escuché. Empecemos por la escena, firmada por el pintor Frederic Amat que planteó una escena estilizada; unas simples barras que descendían del techo en la primera jornada, y una pantalla sobre la que nacen, como pinceladas, sendos cuadros, en la segunda; una escenografía minimalista, escueta, que cada espectador interpretará a su criterio. La iluminación, firmada por Albert Faura, muy sencilla, resultó efectiva en la segunda jornada con esas franjas rojas que van ganando terreno a la inicial blancura de la pantalla posterior.


El vestuario, responsabilidad de Gabriela Salaverri, resulta también estilizado y se mantiene invariable durante toda la representación. Ayudó a destacar la majestuosidad de Iphigenia, y la desgracia de Orestes.

El movimiento escénico, pausado, delicado, medido sin llegar al estatismo, sirvió a para marcar la visualidad de la producción que no desvía la atención de la música. Creo que este ha sido el objetivo fundamental de la puesta en escena: destacar una música intensa y poderosa en la parte orquestal y compleja y virtuosa, sin estridencias, en el aspecto vocal.

El elenco al completo (Foto: T. Zarzuela)

La versión de Pablo Viar está encomendada a seis personajes, todos ellos interpretados por mujeres (como en el estreno).  María Bayo, en el personaje protagonista de Iphigenia, destacó por su experiencia y conocimiento del canto y del estilo. Su voz llegó potente y bien proyectada a todos los rincones del teatro. Entre sus muchas intervenciones, destacaría su última aria (“Piedad, señor, piedad”), página delicada y emocional, que Nebra adornó maravillosamente. Auxiliadora Toledano, soprano cordobesa, dio vida al atormentado Orestes. Su voz de lírico-ligera tuvo que hacer frente a momentos verdaderamente difíciles, como en su intervención final (“Llegar ninguno intente”), resolviéndolos con eficacia y belleza. La tinerfeña Ruth González y la valenciana Erika Escribá-Astaburuaga, fueron Dircea y Polidoro; ambas  cantaron con solvencia, dando vida a sus respectivos personajes con eficacia y musicalidad. Me gustó especialmente la “pareja cómica” (no sé si esta denominación es muy adecuada para la zarzuela barroca), sobre todo en su intervención del segundo acto en un simpático número, picarón y crítico con ciertas costumbres sociales, a ritmo de seguidillas. Dieron vida a estos personajes las sopranos catalanas Lidia Vinyes, (Cofieta) y Mireia Pinto (Mochila); la primera, sobre todo, por efecto del protagonismo del texto, arrancó al público un espontáneo aplauso al terminar su intervención.

La orquesta estuvo dirigida por Francesc Prat, que obtuvo de la formación de la Comunidad un excelente rendimiento y supo dar, con una orquesta moderna, una cobertura instrumental a una música que tiene sus peculiaridades interpretativas. Me gustó la intervención de la flauta en el aria final de Iphigenia, la cuerda grave, y la redondez y bello colorido de las trompas, desde el comienzo de la amplia y bellísima obertura.

Creo que esta Iphigenia ha gustado al público; quizá no entendieron el argumento (el lenguaje barroco no ayuda mucho, es la verdad) pero el espectáculo les gustó; escucharon en silencio (no advertí esos detalles que muestran falta de concentración o de interés) y aplaudieron.

Vidal Hernando.

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