Zarzuela en tres actos, divididos en siete cuadros.
Libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández–Shaw. Música de Amadeo Vives.
Estreno: 1 de octubre de 1927, en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid.
Acción en Ocaña y Toledo capital (el último cuadro), a principios del siglo XV.
LA VILLANA
Nueva
producción. Teatro de la Zarzuela, de Madrid
27 de
enero a 12 de febrero de 2017.
Intérpretes:
Nicola Beller Carbone* / Mayte Alberola** (Cassilda).
Milagros Martín (Juana Antonia).
Sandra Fernández (Blasa).
Ángel Ódena* / César San Martín**
(Peribáñez). Jorge de León* / Andeka Gorrotxategi** (Don Fadrique). Rubén
Amoretti (David y el Rey).
Manuel Mas (Roque). Javier Tomé (Olmedo). Ricardo Muñiz (Miguel Ángel)
Escenografía:
Nicolás Boni. Vestuario: María Araujo.
Iluminación:
Juan Gómez-Cornejo (AAI). Coreografía: Mónica Runde.
Dirección
de escena: Natalia Menéndez.
Orquesta
de la Comunidad de Madrid.
Coro
de la Comunidad de Madrid, titular del Teatro de la Zarzuela
(Dtor.:
Antonio Fauró).
Dirección
musical: Miguel Ángel Gómez Martínez.
Nueva producción del Teatro de la Zarzuela, de Madrid.
* Días 27,
29, 2, 4, 8, 10 y 12.
** Días 28,
1, 3, 5, 9 y 11.
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Personajes e intérpretes del estreno. Casilda, esposa de Peribáñez (Felisa Herrero). Blasa, esposa de Roque,
tía de Peribáñez (Cándida Folgado). Juana Antonia, mujer del campo (Rosita
Cadenas).
Peribáñez,
hacendado de Ocaña (Pablo Gorgé). Olmedo (Antonio Palacios). Don Fadrique, el
Comendador (Mateo Guitart). Roque, tío de Peribáñez (Pepe Moncayo). David, el
judío, y el Rey (Redondo del Castillo). Miguel Ángel, marido de Juana Antonia y
capataz de la hacienda de Peribáñez (Enrique Gandía).
Decorados: Salvador Alarma (Actos 1 y 3) y
José Martínez Garí (Acto 2). Director de escena: Antonio Palacios. Director
musical: Juan Antonio Martínez
Números musicales. Acto
I. Escena. Juana Antonia,
Miguel Ángel (“Mi amo Peribáñez”). Coro de segadores (“Trébole, ¡ay, Jesús como
huele!”). Peribáñez (“Tengo un majuelo, de tres verdores”). Olmedo y coro
(“Este anochecido vase a desposar”). Coro (“Ya suenan las campanillas”). Dúo de
Casilda y Peribáñez (“Jamás soñé la dicha que logré”). Escena. Miguel Ángel,
Olmedo, Juana Antonia y Coro (“Nostrama ya se ha casado”). Dúo de Casilda y D.
Fadrique (“¡Caballero bien portado!”). Dúo de Peribáñez y D. Fadrique (“Señor,
feliz me hiciste”). Dúo de Peribáñez y Casilda (“Ya estamos en casa…”). Romanza
de D. Fadrique (“Tus ojos me miraron”). Acto
II. Cuadro I. Romanza de Casilda (“La capa de paño pardo”). Romanza de
David (“Allá, en la judería toledana”). Dúo de Casilda y Peribáñez (“Me guarda
la sombra que dejas aquí”). Cuadro II. Dúo de Peribáñez y
David y Coro (“¡Malvado! ¡Calma tus
iras!”). Cuadro III. Coplas de
Olmedo. Olmedo y tres gañanes (“A la fuente de la Zarza”). Escena. Peribáñez,
Casilda, Olmedo y Coro (“La mujer de Peribáñez”; “Sosiégate, corazón”). Escena. Peribáñez, Casilda, Coro, D. Fadrique
(“La hora ya llegó”). Concertante. Todos (“Por el tono de su voz”). Acto III. Cuadro I. Plegaria. Casilda
(“Se fué… ¡se fue!”). Dúo de D. Fadrique y Casilda (“¡Casilda! ¡Señor!”). Cuadro II. Coro de labriegos (“Vengo de
despedida”). Escena. Olmedo, Juana Antonia y ballesteros (“¡Peribáñez le
mató!”). Romanza de Peribáñez (“Señor, aunque villano”).
Argumento.
Acto I. Casa de Peribáñez. Unos campesinos
vienen a festejar a Peribáñez, el labrador más rico de la comarca por su boda
con Casilda, una bella moza de la zona. [Escena].
El ambiente es de fiesta y todos ofrecen a Peribáñez sus regalos. [Olmedo y coro].
La comitiva de la novia aparece en la lejanía [Coro]. Peribáñez ayuda a Casilda a
descender del adornado carro que la transporta [Dúo de Casilda y Peribáñez] e inician el camino hacia la ermita.
Cierran la comitiva Olmedo y Juana Antonia que le pide unas coplas; el mozo
accede y la dedica un verso algo picante. Son interrumpidos por la aparición de
Miguel Ángel que vienen en busca de una soga para encintar a un novillo al que persigue
el Comendador.
La ceremonia ha terminado [Escena] y la alegría es interrumpida por la aparición de Olmedo y
Miguel Ángel anunciando que el Comendador ha sido malherido por el toro y le
traen desmayado. Lo colocan en un sillón y Peribáñez ordena a todos que salgan
en busca de ayuda, de manera que quedan solos Casilda y don Fadrique. [Dúo de Casilda y Don Fadrique]. Casilda
arrima su ramo de azahar a la nariz de don Fadrique y éste se recupera y al ver
a la muchacha queda prendado de su belleza.
Al recuperarse, el Comendador, en agradecimiento a las
atenciones recibidas, permite a Peribáñez que sea su amigo [Dúo de Peribáñez y Don Fadrique]. Muy
poco tiempo después, Peribáñez y Casilda quedan solos y, a la luz de la luna,
reiteran su cariño [Dúo de Peribáñez y
Casilda].
Olmedo regresa y se encuentra con don Fadrique, que se se
declara enamorado de Casilda [Romanza de
D. Fadrique].
Acto II. Cuadro
I. Cocina de la casa de Peribáñez. Peribáñez
ha sido nombrado capitán de una leva de labriegos que ha de salir a luchar
contra el moro. Casilda le entrega una capa para que se proteja durante la
ausencia [Romanza de Casilda]. Los
amigos de Peribáñez le prometen cuidar de su hacienda y de su esposa, cuando
aparece un forastero pidiendo posada. Se trata de David, un judío toledano que
ofrece pagar su estancia con unas arracadas de finas perlas [Romanza de David]. Peribáñez no acepta
pago alguno y ofrece su casa al recién llegado, que, en realidad es un hombre
de don Fadrique. La despedida de los recién casados es emocionada [Dúo de Casilda y Peribáñez].
Los traidores Blasa y Roque, al servicio del Comendador,
facilitan la entrada de don Fadrique en la casa, el cual intenta conquistar a
Casilda que le rechaza enérgicamente.
Acto
II. Cuadro II. En una venta
en el camino de Ocaña a Toledo, David, enfurecido porque unos labradores han
intentado emborracharle, sugiere el engaño del Comendador. Peribáñez le acusa
de mentir, pero David le recuerda su posición de villano y que nada podrá
contra quien es su señor [Dúo de
Peribáñez y David].
Acto
II. Cuadro III. En la era de Peribáñez, mientras se aventa la
parva se escucha la voz de Olmedo cantando unas coplillas. [Coplas de Olmedo]. Juana Antonia sale y
comenta con el mayoral el asedio de que es objeto la virtuosa Casilda.
Entra Peribáñez triste y preocupado, porque
ha de marchar. En el encuentro, ambos se declaran su amor nuevamente y se
prometen fidelidad. [Escena].
Interrumpe la despedida la aparición de los labradores y el Comendador [Escena], quien se dirige a Peribáñez y
le nombra caballero, entregándole su propia espada. Todos temen la reacción de
Peribáñez [Concertante]. Casilda
maldice su hermosura; don Fadrique justifica su enamoramiento, Roque y Blasa,
insisten en su acción traidora; Peribáñez muestra su inquietud y, finalmente,
emprende la marcha, pidiendo a don Fadrique que cuide de su casa y de su
esposa.
Acto III. Cuadro I. Casilda ante una
imagen de la Virgen
lamenta su situación y reza [Plegaria].
Don Fadrique la contempla embobado antes de hablarla y confesar toda su pasión
[Dúo de D. Fadrique y Casilda]. La
mujer pide auxilio a la Virgen
y le rechaza. El Comendador insiste con más intensidad al verse desdeñado.
Casilda corre y se encierra en la casa, don Fadrique la sigue y enloquecido
entra en ella por una ventana. En ese instante aparece Peribáñez que, al ver en
el suelo la capa del Comendador, desenvaina la espada y entra también en la
casa en auxilio de su esposa.
Acto III. Cuadro II. Plaza de Toledo
frente a la catedral. Unos labriegos cantan y bailan. [Coro de labriegos]. Se anuncia la llegada del Rey en cuyo
acompañamiento van los ballesteros de Ocaña reclutados por Peribáñez. Un
pregonero anuncia que el Comendador ha sido muerto y que se premiará a quien
proporcione alguna pista sobre el criminal. Olmedo sospecha enseguida lo que ha
ocurrido [Escena] mientras forma a
los ballesteros para que pase la procesión. Al llegar el Rey a la plaza
aparecen Peribáñez y Casilda; el hombre declara ser el matador de don Fadrique;
el Rey ordena que le prendan, Casilda pide piedad y los ballesteros, en lugar
de detener a Peribáñez piden al Rey que le escuche. Éste accede y oye la
historia del labrador [Romanza de
Peribáñez]. El Rey le perdona recordando que también los villanos entienden
de honor.
Comentario.
Basada en la obra de Lope de
Vega Peribáñez o El comendador de Ocaña,
La villana es una de las grandes obras del género lírico, aunque esté
ausente del repertorio habitual. De hecho, han pasado 33 años desde la última vez que se pudo ver en el Teatro de
la zarzuela,
De
la extensa autocrítica publicada en El
Imparcial[1], extraemos estas
interesantes ideas firmadas por Romero y Fernández–Shaw:
Al
efectuar un trasplante tan radical como es el de pasar la obra desde el drama
puro a la híbrida zarzuela, aspiramos a que el público letrado vea nuestro
libreto como una imitación a lo lírico de la misma obra.
En
cuanto al lenguaje, el mismo Lope de Vega nos señala una orientación precisa.
Situada la acción muy a principios del siglo XV –puesto que el Rey Enrique III,
que figura en ella como personaje esencial, murió en el 1406– el dramaturgo
hace hablar a sus personajes en el lenguaje de su propia época –siglo XVI y
XVII–, y alude insistentemente a un bailable –el villano– completamente
desconocido hasta el XVI y ya en desuso en el XVIII. Nosotros hacemos hablar a
nuestros tipos con la prosodia actual y sin más arcaísmos que aquellos todavía
usados en las comarcas de Toledo y la Mancha, menos profanadas por el estridor
del ferrocarril y el automóvil.
Tras
el estreno, los críticos y comentaristas se explayaron. “Floridor” en ABC escribió un largo comentario del que
entresacamos algunos párrafos[2]:
De
la copiosa partitura de La villana, en
la que, como decimos, todo se ha sacrificado a la unidad y a la situación,
desdeñando las pirotecnias musicales, sobresalen, en el primer acto el dúo en
que Casilda y Peribáñez cantan su dulce y escondida felicidad; en el segundo
acto que consta de tres cuadros, la canción a la capa de paño pardo, que tiene
la pureza y la gracia de lo popular, embellecido por el arte; lo que pudiéramos
llamar el “aria de las joyas” que dice el mercader judío, un terceto puramente
cómico, que recuerda la buena traza de Chapí; el nocturno, de una gran riqueza
descriptiva y original interpretación; un magnífico dúo de barítono y bajo, que
cantaron maravillosamente Gorgé y Del Castillo, y el concertante con que
finaliza el acto, página admirablemente construida, de amplia y cálida frase.
En el tercero, el monólogo de Casilda, que acaba en plegaria, no de plegaria al
uso y al abuso, sino suspirada y emotiva oración, a la que sigue la entrada de
don Fadrique, y la vuelta de Peribáñez, que sorprende al Comendador, cuando
éste pretende atentar contra su honra.
Joaquín
Turina[3],
en labores de comentarista desde El
Debate, se explayó en su reseña:
El
primer acto de La villana es un acierto de libro; las escenas siempre movidas
e interesantes, exponen sobriamente el asunto. La música, algo incierta al
comienzo, hace recordar en más de un momento las fórmulas de Maruxa, compensada a veces con la fina y
popular línea de las coplas que canta Roque, y con un dúo precioso, el dúo de
amor entre Casilda y Peribáñez, cerrando tan bien el acto que causa sorpresa no ver caer el telón. No
obstante, la acción continúa y don Fadrique (el tenor) entra solapadamente para
cantar una serenata.
El
segundo acto es larguísimo y consta de tres cuadros. La música es superior a la
del primero. Se destacan tres números, que muy bien pudieran colocarse a la
cabeza de toda la producción de Amadeo Vives; uno de ellos es un aria de bajo,
llena de dificultades y un gran sabor pintoresco a cargo de David, el
tradicional judío; el otro es un delicioso terceto, un a modo de scherzo beethoveniano, fresco,
espontáneo, impregnado de gracia sutil; el tercero es un dúo dramático entre
Peribáñez y el judío, de contrastes violentos y de enorme efecto teatral. En el
tercer cuadro, una lindísima y luminosa decoración de Martínez Gari, nos lleva
a las afueras del pueblo. Un segundo dúo
de tiple y barítono eleva la música hacia un ambiente de ópera; una frase muy
musical y muy humana va subiendo poco a poco, con expresión tenaz, acomodándose
con diseños ligeros y ornamentos superficiales, como concentración de dos
sentimientos opuestos que marchan a la vez; una modulación brusca y la gran
frase recomienza de nuevo, cada vez más cálida. ¡Bravo don Amadeo! ¿Por qué no
terminó usted ahí? Entra el Comendador y el coro, la emoción se pierde y se
termina el acto con un concertante a la italiana.
El
tercer acto es de carácter especial. Un magnífico panorama de Toledo y una
suntuosa decoración representando la plaza de la Catedral en la Ciudad Imperial
se deben a Alarma, el escenógrafo de Barcelona. Musicalmente este acto tiene
menos importancia y solamente consignaré la imploración de Peribáñez al Rey, de
acentos patéticos y un paso hacia la declamación cantada, género inusitado en
la zarzuela.
Otro
cronista, Enrique Díaz Canedo, tradicionalmente exigente con lo que se
relacionaba con los clásicos, elogió la música y la interpretación. Entre otras
frases, escribió[4]:
Han
simplificado los Sres. Romero y Fernández–Shaw la acción, insistiendo en sus
notas características y lo han hecho en general con el tino y la discreción
tantas veces alabados en ellos. Solo leves reparos de palabra se les podría
poner, en pasajes contadísimos, a cambio de otros aciertos, entre ellos el
primordial de servir a la música, acomodándose a ella con holgada naturalidad.
Si alguna sustitución de personajes deja perder primores del original, parece
bien justificada por las necesidades de la partitura.
En similares y elogiosos términos se expresaron
todos los críticos, comentaristas, gacetilleros e, incluso, articulistas no
habituales de los eventos musicales, sobre la obra, sobre la personalidad de
sus autores y sobre su trabajo. J.P.M.
[1] “De la vida teatral. El estreno de La villana. Los autores adelantan sus impresiones”. El Imparcial, Madrid, 29–9–1927.
[2] “Floridor”. “Estreno de La
villana en la Zarzuela”. ABC, Madrid,
2–10–1927.
[3] J. Turina. “Inauguración de la Zarzuela con el estreno de La villana“. El Debate, Madrid, 2–10–1927.
[4] E. Díaz Canedo. “Estreno de La
villana en la Zarzuela”. El Sol, Madrid,
2–10–1927.
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