Pensamientos
de un barbero.
Con no poca frecuencia escucho comentarios y
opiniones sobre las ventajas de eso que ahora llaman autoempleo. Esta misma
mañana, hace un rato, un parroquiano habitual lo comentaba, mientras le apañaba
el cuero cabelludo. Escuchándole, con la paciencia y cortesía que es norma de
la casa, algunas ideas saltaban entre las neuronas de mi cerebro: como a este
tío se le ocurra aplicarse eso del autoempleo en lo que los pelos se refiere … Tampoco
me imagino que cada uno de nosotros podamos ser jefe y obrero al mismo tiempo.
Mientras
esperaba un nuevo parroquiano me dije: esto del autoempleo no es una idea tan
novedosa y revolucionaria; ya lo estamos ejerciendo como sin querer, desde hace
algunos años. Sin poder evitarlo y, lo que es peor, sin que los beneficios del
trabajo reviertan en el que lo hace, es decir en nosotros. Si lo del autoempleo
es hacer las cosas uno mismo, lean y recapaciten sobre estos ejemplos.
Grandes superficies. En estos establecimientos ya hace
algunos años había unos chavales que recogían y ordenaban los carros; ahora no.
Usted es quien lo toma, previa introducción de una moneda en el lugar señalado
(lo que le obliga a conoce de antemano a aprovisionarse en consecuencia) y debe
dejarlo en el sitio adecuado, de lo contrario perderá usted el precio del
derecho de uso del carro. Ya no hay chavales que hagan esta tarea en lugar de
estar mano sobre mano o incordiando al vecindario. Ya no hay muchachos que se
ganen unas perras con esta labor y empiecen a experimentar qué es el trabajo.
Tampoco se puede entrar en la empresa empezando por la realización de esta
tarea. Antes, había casos.
Gasolineras. El combustible de los automóviles es una
mercancía peligrosa. Nadie lo duda. Pero su manipulación la puede hacer
cualquiera de los millones de conductores que, a diario, dan de comer a su
vehículo. A ninguno se nos pide una cualificación, ni un conocimiento de lo que
se pone en nuestras manos. Cualquier torpe, que los hay, puede armar una
zapatiesta de padre y muy señor mío. Eso sí, nos recomiendan que, al cargar
combustible, apaguemos la radio; ahí sí que tienen razón, porque hay locutores
verdaderamente incendiarios.
Los paquetes. Una modalidad especializada del autoempleo es
la del autoempaquetamiento. Se da en ciertos comercios y con más intensidad en
determinadas épocas. Ya sabe usted: compra un juguete o un regalo y usted se lo
envuelve. Hay que ver cuanto torpe anda por ahí, incapaz de empaquetar el
paralelepípedo más elemental, que es una caja de zapatos, como todo el mundo
sabe. El resultado lo hemos visto todos: paquetes envueltos a lo cutre,
derroche del papel de celo y del de envolver, No cuento los que se llevan a su
casa papel como para envolver la comunidad de vecinos. Y no olvide, lector, que
lo paga usted.
Autocajas. Las
cajas de autoempleo están proliferando; las llaman “automáticas” o con
cualquier eufemismo o subterfugio. Usted lo hace todo: pasa los productos
comprados por un escáner, los amontona como puede, introduce su tarjeta de
crédito (muy pronto bastará con acercar el teléfono móvil) y hace el pago. Todo
perfecto, moderno, tecnológico. ¿Y si la cosa se atasca? ¿Y si la última
tecnología no funciona adecuadamente? No se preocupe: hay un empleado para
atenderle y ayudarle … A usted y a otros seis o siete.
Caramelos y chucherías. Aunque el sistema no es exclusivo
de los establecimientos que venden estas cosas, lo traigo a colación como
ejemplo de autoempleo. Como en otros casos, usted coge la bolsita con lo
comprado, lo pesa en una báscula especial que presenta fotos de los productos y
un código asociado, presiona donde corresponde y sale una etiqueta que debe
usted pegar en la bolsita de su compra. Lo sibilino de este modelo de
autoempleo viene añadido, porque como la mayoría de nosotros no tenemos
experiencia en esto de los pesos y medidas, terminamos echando en la bolsa más
de lo que queríamos. ¡Adiós a aquel vendedor experto capaz de coger, de una
única vez, la pesada de caramelos que queríamos! ¡Adiós, también, a ese
profesional que siempre echaba 10 o 15 gramos de más, diciéndole con una amable
sonrisa: “pesa un poquito más, ¿le importa?”.
Seguro
que ustedes conocen más ejemplos de autoempleo. Pero basta con los expuestos
porque lo único que pretendo es poner
sobre la mesa la idea del autoempleo que rebaja el nivel de servicio de los
comercios. El autoempleo proporciona, por lo menos, un corolario social:
desaparecen puestos de trabajo cuyo coste se ahorra el empresario, pero los
precios no bajan. Si les sirve de ejemplo, siempre que puedo, es decir si tengo
alternativa, no echo gasolina donde no me la sirve un empleado. Claro que esto
es, cada día, más difícil.
Lamparilla
(Todo esto es consecuencia de que no sólo
de zarzuelerías vive el hombre).
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