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martes, 13 de septiembre de 2022

Por fin: La Celestina.

 

Beaumont,  Urbieta-Vega y Esparza.
Tragicomedia lírica de Calisto y Melibea en cuatro actos. Texto y música de Felipe Pedrell. Basada en la Tragicomedia de Calisto y Melibea de Fernando de Rojas. Edición crítica de David Ferreiro Carballo.

Intérpretes: Maite Beaumont. Miren Urbieta-Vega. Sofía Esparza.  Lucía Tavira. Gemma Coma-Alabert. Mar Esteve. Andeka Gorrotxategui. Juan Jesús Rodríguez. Simón Orfila. Javier Castañeda. Isaac Galán. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela (Dtor: Antonio Fauró). Orquesta de la Comunidad de Madrid.  Director musical: Guillermo García Calvo. Teatro de la Zarzuela, 12-9-2022. Versión en concierto.

Emilio Casares Rodicio, musicólogo al que tanto debe la historia de la ópera español por sus trabajos analíticos y divulgativos, y por su contribución a que se conozcan muchas obras olvidadas, cierra su comentario en el programa de mano de La celestina con unas palabras del compositor catalán Felipe Pedrell (1841-1922): “Yo soy un buen compositor. Yo no pido respeto para mis años, sino para mi obra. Que la oigan, que la estudien y que la juzguen”.

Pues bien, ya hemos tenido ocasión de escuchar La Celestina, y aunque la única audición de una obra larga y compleja, no es suficiente, sí nos permite hacer algunos comentarios. Se trata de una obra larga (dos horas y media de duración), densa y compleja. Está aleja de los modelos a que estamos acostumbrados: propiamente hablando, no tiene arias o dúos ni concertantes, lo cual me parece que descoloca un poco al espectador. El texto es el original de Fernando de Rojas, del siglo XV; adaptado por Pedrell, resulta en ocasiones difícil de entender porque no siempre coinciden los acentos de las palabras con los musicales, lo que también resulta extraño. También el empleo de ciertos vocablos y expresiones originales no son de uso en nuestro tiempo.

Los cuatro actos se han ofrecido en dos bloques. El primero se corresponde con el primer acto, el segundo con los otros tres. Me ha parecido más cercano el segundo, por la aparición de citas musicales de claro sabor hispano (no olvidemos que Pedrell era un consumado folclorista que deseaba incorporar la música nacional a ese sueño inalcanzado de la “ópera española”). La obra requiere once cantantes, un numeroso coro mixto y una orquesta completa y aumentada en algunos instrumentos. La música. en general es complicada para los solistas, que han de trabajar en registros extremos, con saltos exigentes, grandes agudos, y un desarrollo musical con altibajos, con mezcla de pequeñas líneas melódicas con frases casi a modo de recitativo. Con estas características, se echa de menos una versión escénica, que facilita al público la identificación de los personajes, el entendimiento del argumento y la historia y convierte el concierto en teatro.

La versión musical escuchada me ha parecido muy adecuada, con momentos atractivos y demostrativa de una preparación concienzuda, de un trabajo exhaustivo y duro para solistas, coro y orquesta. Hay que agradecerles el esfuerzo de enfrentarse a una partitura “extraña”.

Director, solistas y coro en el saludo final  (Fotos: Javier@Elena del Real. TZ.)

La soprano navarra Maite Beaumont fue una Celestina poderosa y expresiva. Miren Urbieta-Vega, soprano donostiarra, dio vida a Melibea con una voz amplia, rica en colores, capa de llegar al último rincón del teatro; a pesar del estatismo que suele acompañar a las obras líricas “en concierto”, hizo un personaje vivo, explicitando, junto al canto, los sentimientos y los miedos. Andeka Gorrotxategui, tenor vizcaíno, de timbre brillantísimo y agudos vigorosos, ya habitual en este teatro, fue Calisto; cumplió con soltura pero nos pareció escasamente expresivo en lo gestual. Juan Jesús Rodríguez, barítono onubense, también frecuente en el Teatro, mostró un canto redondo, sin dificultades, creando con corrección el papel del criado Sempronio.  El otro criado, Parmeno, fue defendido por el bajo Simón Orfila, cuyo registro encanta al público, en especial porque su apropiado color lo maneja con eficacia, poderío y seguridad.

El coro magnífico, como suele ser habitual: afinado, mesurado y empastado, me gustó, sobre todo en el final de la ópera, cuando canta con la boca cerrada, para crear un simple, pero efectivo, efecto de ambiente. La orquesta puso en evidencia las cualidades de un gran compositor y estuvo muy controlada por el maestro García Calvo, para que nunca tapara a los cantantes. Un aplauso especial para el director madrileño que se ha echado sobre los hombros la responsabilidad de un rescate como el de La Celestina. Salir airoso de una aventura como ésta, en la que tantos tenían puestas muchas esperanzas (quizá no plenamente justificadas), tiene mucho mérito. Hay que agradecérselo y aplaudírselo.

Ojalá tengamos nuevas ocasiones de escuchar esta ópera, incluso de verla escenificada. El trabajo de Pedrell, el de los recuperadores y el del Teatro, lo merecen.

 Vidal Hernando.

 

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